La habitación estaba a oscuras, podía ver las siluetas
de los muebles gracias a los débiles
rayos de luz que se filtraban por las ventanas.
Oscura, inmensa, desolada, aquella habitación
impregnada de buenos recuerdos, de historias, de risas, de momentos…La tenía de nuevo frente a mí,
habían pasado cinco años desde que…
Yo, permanecía quieta, sin mover ni uno de mis músculos,
sola junto a él, mi respiración era entrecortada,
mi corazón latía desbocado como si quisiera salir de la coraza que lo tenia
preso en mi interior.
Mis dedos palpitaban, el sudor caía por mi frente.
Él estaba al fondo de aquella oscura habitación, con
su silueta perfecta, erguido como el primer día en que pisó la casa, no había
cambiado en nada, quizás algunas de sus piezas estaban más envejecidas, pero
estaba allí, estático, yo sentía que me pedía que lo tocase, que lo acariciase,
que deslizase mis manos sobre él.
No era su dueña, él no me pertenecía, una promesa
que había hecho hacía varios años me lo impedía…
Dí varios pasos hacía delante, arrastraba los pies,
algo me atraía hacía él, una fuerza inexplicable provocaba en mi la necesidad de
verlo desde más cerca.
No podía evitarlo, mi cabeza me decía que parase, la
ignoré, seguí hacia delante, con un objetivo, con un deseo: él, que permanecía allí,
quieto, inmutable, burlándose de mí, con esa aura sobrenatural que lo envolvía.
Lo tenía frente a mi, cara a cara, dí dos pasos y me senté sigilosamente en el taburete que
estaba a sus pies.
Con la espalda erguida, la mirada al frente, cerré
los ojos, inspiré, dejé salir el aire, mis hombros se relajaron y deslicé los dedos por las teclas…Sentía que cobraban
vida al contacto con mi piel, mis yemas reavivaban su antigua calidez, ansiaban
que las tocase, que las mimase con mis dedos y mis manos.
Recordé como tocábamos
juntos cuando yo era pequeña, estaba en
tu regazo y ponía mis manos sobre las tuyas. Cómo me reía al pensar que estaba
tocando, tú siempre me decías que mi risa era la mejor de las melodías.
No hay un día
que pase que no te recuerde, a ti y a tus
melancólicas canciones, aquella forma de tocar tan especial que decían que
había heredado pero a la que decidí renunciar, sin ti la música no tenia
sentido, no me transmitía nada, solo tristeza por haberte perdido…
Mis manos empezaron a tocar, como echaba de menos el
sonido de aquel piano.
Esa melodía…Era la canción que me habías compuesto,
la creía olvidada, pero mis manos, mis dedos aún la recordaban, volví a sentir
esa felicidad de poder crear algo, aunque solo fuese un sonido, para mi era
mucho más, con cada nota, con cada compás me venía a la mente un recuerdo de
cuando estábamos juntos, para mi tocar aquel piano, aquellas teclas, era como
tocar las nubes, me acercaban a donde mi padre permanecía desde hacía años, un
lugar al que yo también iría, un cielo más allá de nuestra vista.
Tocar me
hacía sentirme más cerca de él, la melodía
me envolvía, las notas me hablaban y decían: no te vayas…quédate.
Última nota, fin de la canción, miré la fotografía
que estaba encima del piano y susurré: Te
quiero…
Mientras una lágrima fugaz se deslizaba por mi
mejilla y caía en una tecla descolorida…
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