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miércoles, 20 de noviembre de 2013

Texto once. Tu forma de tocar las nubes.

Me cierro en banda: ‹‹No, no, nunca más››, me digo. ‹‹Te dejará de importar. El aprecio que sientes tarde o temprano se irá››, insisto. Y entonces, ¿qué sucede?
Aparece, maldita sea. Frente al crepúsculo su sombra me estremece.
De nuevo su escéptica sonrisa saluda a la mía, que al instante reluce orgullosa. Le quita el polvo a los labios tristes y los hace parecer nuevos, lozanos y preciosos. Después se aproxima. ‹‹¡Te aproximas!››
‹‹Shhh››, advierto a mi cerebro: ‹‹No inventes. ¡No delires!›› Pero es tarde, se puso en marcha hace ya una vida.
Tus ojos me hacen daño, no me cuesta admitirlo. ¿Qué ocultas? Nunca te atreves a decirlo.
El tacto me lleva al destierro. Fuera de mí. Es tu terreno, el de arriba, el del cielo…
Quiero odiarte, pero lo cierto es que no puedo.
Quiero tenerte, y tampoco lo veo.
Te quiero a distancia, y entonces corres a mi lado. ‹‹¡Ven aquí!››, pero ni de lejos nos encontramos. ¿Buscamos lo mismo o sólo somos dos simples retazos, de unas almas perdidas, desoladas y confundidas?
Pretendo olvidarte, porque haces daño sin saberlo (al menos feliz eres siendo necio…). No te culpo a ti... Culpo a tus malditos ojos claros de espíritu libertino, a tu boca provocadora de delirios con la que enamoras sin pensar, a tus malditas manos que actúan sin miramientos, y a tu forma de actuar:
Si me descuido, en un instante ya no piso el suelo; estoy arriba, en el cielo. Tú eres el culpable de mi destierro, taimado aventurero. También de mis locuras, y por supuesto, de mis miedos. Tú y tu nociva forma de moldear el tiempo, de alargar el brazo, extender los dedos y acariciar mi pelo. Lo mismo haces para convertir en propio mi firmamento, lo haces tuyo con un solo gesto. ¿Por qué me dejas sola, sin nada en mi aislamiento?
Te odio a ti por completo, mezquino marrullero de palabras dulces y difícil juego. Tú amas cuando el celaje nos observa a solas, bajo el fulgor del cielo. Por eso te odio a ti, adulón inmodesto… Injusto elector, vil traicionero.
Me alzas despacio sin dejar que me percate. En silencio te apropias de mi alma y ¿cómo no?, robas mis desvelos. Tuyas son mis tardes de lluvia, mis días brunos, mis sueños perfectos. También el trozo infinito de cielo que acuna nuestros tropiezos.
Por mucho que me proteja, se hunden mis barreras, como se hunde mi corazón endeble al verte rozar las nubes o  jugar con las estrellas…
¿Cómo llegas tan alto? ¿A qué juegas?
Me fastidia tu poder discreto de hacerme dar vueltas, de volver real lo imposible, de fundir la plata con las estrellas. De llevarme alto al cielo, a contemplar tu odiosa forma de tocar las nubes…Y urdir un nuevo plan eterno en secreto, para dejarme atrapada, en tu fortaleza de atracción y nubes.


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