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miércoles, 20 de noviembre de 2013

Texto doce. Tu forma de tocar las nubes.

Alzo la mano para sumergirme en ese espesor blanco que hay sobre el fondo azul. Formas, recuerdos y más cosas son las que puede contener un simple color blanco. Mi imaginación vuela y dibujo en el cielo. Mi pincel, mi mente; mi lienzo, el cielo y mi pintura, el color blanco. 

Me imagino cómo sería andar y saltar por las nubes. A veces desearía ser Peter Pan, para jugar entre las nubes y divisar el horizonte. Flotar sobre bosques, mares, ciudades, desiertos… Observar el alrededor y captar el amanecer de una manera especial. Mientras tanto, me conformó con estar donde estoy, y poder ver cada mañana y noche estas extrañas nubes que pueden ser significados diferentes.

A veces son más y a veces son menos, hacen el bien o hacen el mal. Pero siempre serán recuerdos, animales, personas… que permanecen en el cielo. Nunca unas simples formas.

Cada uno tenemos nuestra forma de interpretar las cosas y solo tú, decides cual es tú forma de tocar las nubes.


Texto once. Tu forma de tocar las nubes.

Me cierro en banda: ‹‹No, no, nunca más››, me digo. ‹‹Te dejará de importar. El aprecio que sientes tarde o temprano se irá››, insisto. Y entonces, ¿qué sucede?
Aparece, maldita sea. Frente al crepúsculo su sombra me estremece.
De nuevo su escéptica sonrisa saluda a la mía, que al instante reluce orgullosa. Le quita el polvo a los labios tristes y los hace parecer nuevos, lozanos y preciosos. Después se aproxima. ‹‹¡Te aproximas!››
‹‹Shhh››, advierto a mi cerebro: ‹‹No inventes. ¡No delires!›› Pero es tarde, se puso en marcha hace ya una vida.
Tus ojos me hacen daño, no me cuesta admitirlo. ¿Qué ocultas? Nunca te atreves a decirlo.
El tacto me lleva al destierro. Fuera de mí. Es tu terreno, el de arriba, el del cielo…
Quiero odiarte, pero lo cierto es que no puedo.
Quiero tenerte, y tampoco lo veo.
Te quiero a distancia, y entonces corres a mi lado. ‹‹¡Ven aquí!››, pero ni de lejos nos encontramos. ¿Buscamos lo mismo o sólo somos dos simples retazos, de unas almas perdidas, desoladas y confundidas?
Pretendo olvidarte, porque haces daño sin saberlo (al menos feliz eres siendo necio…). No te culpo a ti... Culpo a tus malditos ojos claros de espíritu libertino, a tu boca provocadora de delirios con la que enamoras sin pensar, a tus malditas manos que actúan sin miramientos, y a tu forma de actuar:
Si me descuido, en un instante ya no piso el suelo; estoy arriba, en el cielo. Tú eres el culpable de mi destierro, taimado aventurero. También de mis locuras, y por supuesto, de mis miedos. Tú y tu nociva forma de moldear el tiempo, de alargar el brazo, extender los dedos y acariciar mi pelo. Lo mismo haces para convertir en propio mi firmamento, lo haces tuyo con un solo gesto. ¿Por qué me dejas sola, sin nada en mi aislamiento?
Te odio a ti por completo, mezquino marrullero de palabras dulces y difícil juego. Tú amas cuando el celaje nos observa a solas, bajo el fulgor del cielo. Por eso te odio a ti, adulón inmodesto… Injusto elector, vil traicionero.
Me alzas despacio sin dejar que me percate. En silencio te apropias de mi alma y ¿cómo no?, robas mis desvelos. Tuyas son mis tardes de lluvia, mis días brunos, mis sueños perfectos. También el trozo infinito de cielo que acuna nuestros tropiezos.
Por mucho que me proteja, se hunden mis barreras, como se hunde mi corazón endeble al verte rozar las nubes o  jugar con las estrellas…
¿Cómo llegas tan alto? ¿A qué juegas?
Me fastidia tu poder discreto de hacerme dar vueltas, de volver real lo imposible, de fundir la plata con las estrellas. De llevarme alto al cielo, a contemplar tu odiosa forma de tocar las nubes…Y urdir un nuevo plan eterno en secreto, para dejarme atrapada, en tu fortaleza de atracción y nubes.


Texto diez. Tu forma de tocar las nubes.

La vio sentada en mitad del campo de doradas espigas.
Una mancha negra en medio de un mar de oro.

Supo que lloraba, aunque estaba lejos y de espaldas. Por sus hombros hundidos y algo temblorosos supo que lloraba. Y era normal, acababa de perder a alguien a quien quería.
Él sabía muy bien lo que se sentía, le había tocado despedirse también de personas amadas.

La observó durante un largo minuto mientras el Sol, alto y orgulloso entre nubes algodonosas, comenzaba a descender en dirección al lejano horizonte delimitado por las montañas.

Si esperaba mucho más, sería tarde para decirle lo que quería decirle, de modo que se adelantó y caminó hacia ella, haciendo más ruido del necesario para que supiera que estaba ahí.
La vio enjugarse las lágrimas justo antes de sentarse a su lado, entre las altas espigas.

"Sé que ahora mismo estás perdida, que no sabes cómo sentirte. Enfadada, triste, sola... Es normal" le dijo "También sé que nada de lo que pueda decirte ahora mismo va a calmar el dolor que sientes, y que ahora no podrías creerme aunque te prometiera que se te pasará... Pero sí, es así. Algún día el dolor ya no será más que un eco en tu pecho, una lágrima furtiva cuando te asalten los recuerdos o un suspiro más largo de lo normal cuando pienses en ella."

"Parece imposible" susurró, con la voz rota y la mirada fija en las manos sobre su regazo.
"Lo sé..." Él cogió una de esas manos y la acarició con dulzura.

"¿Por qué ha tenido que morir?" Y esa era una pregunta que ni el más sabio de los sabios podría responder jamás, la pregunta que la humanidad se formulaba desde el inicio de los tiempos.

"¿Qué valor tendría la vida si no tuviese un fin?" le respondió con una pregunta que, en algún tiempo, a él le había consolado vagamente.
"No era su fin, no todavía. Era joven, era fuerte... No es justo"

Permaneció en silencio porque no había nada que él pudiese decir. Ella estaba llena de rabia, llena de indignación... Y era normal. Es normal estar furiosa al perder a una madre.
"¿Crees que existe aún, que está en alguna parte?" Le preguntó ella, poco después.

"Lo que yo crea no importa ahora, lo que importa es lo que creas tú" repuso, y estaba tan seguro de eso como de su amor por la triste chica que lloraba sentada a su lado entre las espigas. "¿Dónde te gustaría que estuviera tu madre ahora?"

Por fin ella levantó la mirada y la fijó en lo alto, en un cielo que poco a poco se iba tiñendo de tonos anaranjados, rosados y violáceos.

"En las nubes" contestó, después alzó una mano y la estiró hasta que no pudo más. "Me gustaría poder tocarlas. Pero no es posible, nunca podré alcanzarlas."
"No estés tan segura" replicó él. "Todo es posible si te lo propones"

La tomó firmemente de la mano y la guió hasta el arroyo que discurría en paralelo al camino, bordeando los extensos campos de trigo. Se agacharon sobre la lisa superficie del agua, y ahí estaban las nubes, al alcance de su mano.

"Aquí tienes, tu forma de tocar las nubes" dijo él, y la chica sonrió por fin mientras acariciaba el agua con los ojos cerrados.

"Gracias" murmuró, y sus ojos verdes y brillantes por las lágrimas se posaron en los de él.
"Te quiero" declaró "Siempre te he querido"

"Yo también te quiero"

Texto nueve. Tu forma de tocar las nubes.

Quisiera haber podido rozar las nubes al dejar mi pelo suelto flotar en el cálido abrazo del viento estío. Pero el cielo está más lejos que la palma de mi mano, sueño que si salgo a la calle desnudo las nubes cubrirían mi cuerpo tatuado, la conciencia me tiene ausente la cabeza de deseos, como un ennegrecido minero cabo hacia abajo, esperando tocar la luna boca abajo en el tiempo.
Hay cosas más principales. Me amargo clavando el roce de las nubes y me nublo yo solo la vista cuando me dicen que me baje de mi pedestal.
Es que no ven cuando observo cambiar al cielo como gotas de blanca pintura en corrientes que construyo soplando en la bañera, que veo más allá de cualquier sueño de volver a verlas. Que me subo con su recuerdo cada vez más alto para observar a la luna en mi costado, así siento que puedo alcanzarla y sueño como un crío que duerme bajo mis sábanas polares.
Abarca mis cinco sentidos el sentido del norte que interpone el horizonte entre las nubes que deseo tocar y la punta de mis dedos, un camino sin final, una angustia puesta en replay recorre mi alma, y me dicen algunas golondrinas que deje mi vista en standby y olvide el color de las nubes. Que tal vez solo son algodón que los bebés lanzan por la ventana.
Pero yo les insisto: Contadme que es lo que de ahí arriba asoma. Lluvias me dicen que no hay nada más que lo que cae del olvido.
Di que no, di que no.

Que lo que flota sobre nuestras cabezas en forma de nube son sueños de nuestras memorias, que flotan en bocadillos como en los comics, que puede que la vida sea algo como esos, historietas enmarcadas por imaginaciones increíbles y sueños blancos brillantes.

Texto ocho. Tu forma de tocar las nubes.

Una vez le preguntaron cuál era su sueño en la vida. En el momento no supo responder, tenía muchas ilusiones, muchas cosas que hacer y no era capaz de decidirse por una.
Siempre había sido una chica fuerte, deportista, sana y un poco mandona. No le gustaba que le dijeran que era lo que tenía que hacer, le gustaba marcar su camino. Creía en el amor más que nada en este mundo pero no quería que le hicieran daño, confuso ¿no? Su vida era la típica de una adolescente de diecisiete años, vivía estresada por las clases, quedaba los viernes por la tarde…
Su vida cambió cuando uno de los viernes que volvía a casa escuchando a su gran amor musical se paró para atarse los cordones, se agachó, y lo último que recordaba de esa tarde fue un agudo pitido dentro de su oídos, destellos blancos y palabras confusas que no llegaba a entender. No sabía dónde estaba y tampoco por qué sentía ese gran agujero negro que tenía en su estómago. Tras varios meses de pruebas, comidas rancias y olores sin profundidad el resultado era desolador. No podría volver a valerse por sí misma, no podría sentarse con las piernas cruzadas y no podría montar en bici, estaría postrada en una silla de ruedas el resto de su vida.
Tras meses, y meses de música sin sentimientos, pestilleras puestas y el aferro de sus padres para mantenerla con vida y no dejarla sola en el baño de repente algo cambió en su interior. Siempre había sido como el viento, igual de cambiante, pero esta vez hasta sus padres se sorprendieron. Ella nunca quiso admitir la razón, pero venía dada por una melena castaña de ojos miel y sonrisa imperfecta. No lo conocía, pero eso era lo que le gustaba, se sorprendía cada día que hablaba con él, siempre quería más información y siempre había más que sacar. Así pasaron tres meses, hablando en el instituto, por las tardes y también por las noches. Un día él tuvo la idea de quedar, quería que se vieran fuera de las rejas de esa pirámide social en la que estaba prohibido ir contracorriente. Además, ella había mencionado que no solía salir mucho desde que sus amigos la dejaron atrás por ser muy complicado cargar con una silla de ruedas en fiestas. El decidió escoger un sitio especial, le gustaba el cielo, y sabía que a ella también, por ello eligió un sitio desde el que se veían aterrizar y despegar los aviones. Hicieron una especie de picnic y se pasaron toda la tarde hablando, hablaron de todo, hizo que se fueran abriendo poco a poco el uno al otro. La cosa cambió cuando él le preguntó cuál era su sueño. Ella, esta vez sí que sabía que quería contestar, y con un susurro ahogado le revelo que su sueño era poder volar, siempre había querido ser aviadora, estar en el cielo y rozar las nubes, le conto que tenía la promesa con su padre de que algún día se tirarían en paracaídas, eso fue antes del accidente, y antes de que de repente les diera miedo todo.

Pasaron tras la cita dos semanas sin hablarse, el no respondía y ella, ya acostumbrada a la espalda de la gente calló sus lamentos para dentro. Pero a las dos semanas y un día de eso, todo cambió, el la sorprendió como acostumbraba y la llevó a realizar su sueño, a tirarse en paracaídas, había comprobado que era posible y que ella iba a hacerlo. Esto, fue una lección de vida para todos, más allá del “persigue tus sueños” y “mantente fuerte”. Es una lección para aprender a valorarnos a nosotros mismo, y a nuestro potencial. Y aunque no se quedo con el chico, porque el cáncer se encargo de llevárselo, aprendió que si se puede soñar se puede realizar, y ella lo consiguió, consiguió su camino para poder así, tocar las nubes.

Texto siete. Tu forma de tocar las nubes.

Lo sé. Por una vez, siento que esto es de verdad, que hago lo correcto. No tengo un antifaz, no hay engaño ninguno.
Estoy aquí, sentada, y solo puedo pensar en el día que te conocí. Estabas acostado mirando al cielo, y yo lloraba, lloraba porque otra vez me habían roto el corazón. Te levantaste y viniste hacia mí, recuerdo tus palabras como si me las acabaras de susurrar. ¿Te apetece venir a tocar las nubes?
En ese momento me pareció una tontería, sin embargo, ahora no puedo pensar en otra cosa que no sea en ir junto a ti a tocar las nubes. Pienso en las palabras que te dije ese día y sólo me entran ganas de echarme a llorar. Pagué contigo todo lo que me habían hecho. Te grité, y tú no dijiste nada, sólo me escuchaste y cuando acabé te fuiste sin decir nada.
Desde ese día, voy y me siento a mirar las nubes esperando a que vuelvas, ya han pasado dos meses y todavía nada. Pero por fin el día llegó, allí estabas, como la primera vez que te vi, tumbado mirando las nubes. Durante dos meses había estado soñando con volver a verte, había planeado lo que decirte, pero al verte allí no me lo creía, no me atrevía a caminar hacia ti.
Para mi sorpresa fuiste tú el que viniste, me volviste a decir la misma frase ¿te apetece venir a tocar las nubes? En ese momento me levanté, sonreí y dije que sí.
Nos acostamos los dos en el césped y nos pusimos a mirar las nubes. Quería hablar, quería decir algo, pero no sabía cómo podía decirlo, me sentía tan avergonzada, además no sabía si aún me recordabas. No obstante, me armé de valor y hable.
-         -Sabes, he venido durante dos meses todas las tardes esperando volver a verte. Quería pedirte disc…
En ese instante me miraste, tenías los ojos llenos de lágrimas, me pusiste tu dedo sobre mis labios, y dijiste:
-         - Yo también he venido todos los días. Necesitaba volver a verte.
-        - Pero, ¿por qué? Quiero decir, después de todo lo que te dije, ¿por qué querías volver a verme?
-         -Quería verte porque no imagino una vida sin ti.
-         -Pero, tú (se produjo un silencio). Te fuiste, no dijiste nada.
-         -Quería darte tiempo, necesitabas pensar, y creí que si era nuestro destino nos volveríamos a encontrar.
-         -¿Puedo preguntarte una cosa?
-         -Lo que quieras.
-        ¿Por qué tocar las nubes? Quiero decir ¿será verlas? No entiendo.
En ese momento me besó, y dijo: lo siento, pero es la única manera de enseñártelo.

Lo entiendo, y me encanta tu forma de tocar las nubes.