Quisiera haber podido rozar las nubes al dejar mi pelo suelto flotar
en el cálido abrazo del viento estío. Pero el cielo está más lejos que la palma
de mi mano, sueño que si salgo a la calle desnudo las nubes cubrirían mi cuerpo
tatuado, la conciencia me tiene ausente la cabeza de deseos, como un
ennegrecido minero cabo hacia abajo, esperando tocar la luna boca abajo en el
tiempo.
Hay cosas más principales. Me amargo clavando el roce de las nubes y
me nublo yo solo la vista cuando me dicen que me baje de mi pedestal.
Es que no ven cuando observo cambiar al cielo como gotas de blanca pintura en corrientes que construyo soplando en la bañera, que veo más allá de cualquier sueño de volver a verlas. Que me subo con su recuerdo cada vez más alto para observar a la luna en mi costado, así siento que puedo alcanzarla y sueño como un crío que duerme bajo mis sábanas polares.
Es que no ven cuando observo cambiar al cielo como gotas de blanca pintura en corrientes que construyo soplando en la bañera, que veo más allá de cualquier sueño de volver a verlas. Que me subo con su recuerdo cada vez más alto para observar a la luna en mi costado, así siento que puedo alcanzarla y sueño como un crío que duerme bajo mis sábanas polares.
Abarca mis cinco sentidos el sentido del norte que interpone el
horizonte entre las nubes que deseo tocar y la punta de mis dedos, un camino
sin final, una angustia puesta en replay recorre
mi alma, y me dicen algunas golondrinas que deje mi vista en standby y olvide el color de las nubes.
Que tal vez solo son algodón que los bebés lanzan por la ventana.
Pero yo les insisto: Contadme que es lo que de ahí arriba asoma.
Lluvias me dicen que no hay nada más que lo que cae del olvido.
Di que no, di que no.
Que lo que flota sobre nuestras cabezas en forma de nube son sueños de
nuestras memorias, que flotan en bocadillos como en los comics, que puede que
la vida sea algo como esos, historietas enmarcadas por imaginaciones increíbles
y sueños blancos brillantes.
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