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miércoles, 20 de noviembre de 2013

Texto ocho. Tu forma de tocar las nubes.

Una vez le preguntaron cuál era su sueño en la vida. En el momento no supo responder, tenía muchas ilusiones, muchas cosas que hacer y no era capaz de decidirse por una.
Siempre había sido una chica fuerte, deportista, sana y un poco mandona. No le gustaba que le dijeran que era lo que tenía que hacer, le gustaba marcar su camino. Creía en el amor más que nada en este mundo pero no quería que le hicieran daño, confuso ¿no? Su vida era la típica de una adolescente de diecisiete años, vivía estresada por las clases, quedaba los viernes por la tarde…
Su vida cambió cuando uno de los viernes que volvía a casa escuchando a su gran amor musical se paró para atarse los cordones, se agachó, y lo último que recordaba de esa tarde fue un agudo pitido dentro de su oídos, destellos blancos y palabras confusas que no llegaba a entender. No sabía dónde estaba y tampoco por qué sentía ese gran agujero negro que tenía en su estómago. Tras varios meses de pruebas, comidas rancias y olores sin profundidad el resultado era desolador. No podría volver a valerse por sí misma, no podría sentarse con las piernas cruzadas y no podría montar en bici, estaría postrada en una silla de ruedas el resto de su vida.
Tras meses, y meses de música sin sentimientos, pestilleras puestas y el aferro de sus padres para mantenerla con vida y no dejarla sola en el baño de repente algo cambió en su interior. Siempre había sido como el viento, igual de cambiante, pero esta vez hasta sus padres se sorprendieron. Ella nunca quiso admitir la razón, pero venía dada por una melena castaña de ojos miel y sonrisa imperfecta. No lo conocía, pero eso era lo que le gustaba, se sorprendía cada día que hablaba con él, siempre quería más información y siempre había más que sacar. Así pasaron tres meses, hablando en el instituto, por las tardes y también por las noches. Un día él tuvo la idea de quedar, quería que se vieran fuera de las rejas de esa pirámide social en la que estaba prohibido ir contracorriente. Además, ella había mencionado que no solía salir mucho desde que sus amigos la dejaron atrás por ser muy complicado cargar con una silla de ruedas en fiestas. El decidió escoger un sitio especial, le gustaba el cielo, y sabía que a ella también, por ello eligió un sitio desde el que se veían aterrizar y despegar los aviones. Hicieron una especie de picnic y se pasaron toda la tarde hablando, hablaron de todo, hizo que se fueran abriendo poco a poco el uno al otro. La cosa cambió cuando él le preguntó cuál era su sueño. Ella, esta vez sí que sabía que quería contestar, y con un susurro ahogado le revelo que su sueño era poder volar, siempre había querido ser aviadora, estar en el cielo y rozar las nubes, le conto que tenía la promesa con su padre de que algún día se tirarían en paracaídas, eso fue antes del accidente, y antes de que de repente les diera miedo todo.

Pasaron tras la cita dos semanas sin hablarse, el no respondía y ella, ya acostumbrada a la espalda de la gente calló sus lamentos para dentro. Pero a las dos semanas y un día de eso, todo cambió, el la sorprendió como acostumbraba y la llevó a realizar su sueño, a tirarse en paracaídas, había comprobado que era posible y que ella iba a hacerlo. Esto, fue una lección de vida para todos, más allá del “persigue tus sueños” y “mantente fuerte”. Es una lección para aprender a valorarnos a nosotros mismo, y a nuestro potencial. Y aunque no se quedo con el chico, porque el cáncer se encargo de llevárselo, aprendió que si se puede soñar se puede realizar, y ella lo consiguió, consiguió su camino para poder así, tocar las nubes.

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