Una vez le preguntaron cuál era su sueño en la vida. En el momento no
supo responder, tenía muchas ilusiones, muchas cosas que hacer y no era capaz
de decidirse por una.
Siempre había sido una chica fuerte, deportista, sana y un poco
mandona. No le gustaba que le dijeran que era lo que tenía que hacer, le
gustaba marcar su camino. Creía en el amor más que nada en este mundo pero no
quería que le hicieran daño, confuso ¿no? Su vida era la típica de una
adolescente de diecisiete años, vivía estresada por las clases, quedaba los
viernes por la tarde…
Su vida cambió cuando uno de los viernes que volvía a casa escuchando
a su gran amor musical se paró para atarse los cordones, se agachó, y lo último
que recordaba de esa tarde fue un agudo pitido dentro de su oídos, destellos
blancos y palabras confusas que no llegaba a entender. No sabía dónde estaba y
tampoco por qué sentía ese gran agujero negro que tenía en su estómago. Tras
varios meses de pruebas, comidas rancias y olores sin profundidad el resultado
era desolador. No podría volver a valerse por sí misma, no podría sentarse con
las piernas cruzadas y no podría montar en bici, estaría postrada en una silla
de ruedas el resto de su vida.
Tras meses, y meses de música sin sentimientos, pestilleras puestas y
el aferro de sus padres para mantenerla con vida y no dejarla sola en el baño
de repente algo cambió en su interior. Siempre había sido como el viento, igual
de cambiante, pero esta vez hasta sus padres se sorprendieron. Ella nunca quiso
admitir la razón, pero venía dada por una melena castaña de ojos miel y sonrisa
imperfecta. No lo conocía, pero eso era lo que le gustaba, se sorprendía cada
día que hablaba con él, siempre quería más información y siempre había más que
sacar. Así pasaron tres meses, hablando en el instituto, por las tardes y
también por las noches. Un día él tuvo la idea de quedar, quería que se vieran
fuera de las rejas de esa pirámide social en la que estaba prohibido ir
contracorriente. Además, ella había mencionado que no solía salir mucho desde
que sus amigos la dejaron atrás por ser muy complicado cargar con una silla de
ruedas en fiestas. El decidió escoger un sitio especial, le gustaba el cielo, y
sabía que a ella también, por ello eligió un sitio desde el que se veían
aterrizar y despegar los aviones. Hicieron una especie de picnic y se pasaron
toda la tarde hablando, hablaron de todo, hizo que se fueran abriendo poco a
poco el uno al otro. La cosa cambió cuando él le preguntó cuál era su sueño.
Ella, esta vez sí que sabía que quería contestar, y con un susurro ahogado le
revelo que su sueño era poder volar, siempre había querido ser aviadora, estar
en el cielo y rozar las nubes, le conto que tenía la promesa con su padre de
que algún día se tirarían en paracaídas, eso fue antes del accidente, y antes
de que de repente les diera miedo todo.
Pasaron tras la cita dos semanas sin hablarse, el no respondía y ella,
ya acostumbrada a la espalda de la gente calló sus lamentos para dentro. Pero a
las dos semanas y un día de eso, todo cambió, el la sorprendió como
acostumbraba y la llevó a realizar su sueño, a tirarse en paracaídas, había
comprobado que era posible y que ella iba a hacerlo. Esto, fue una lección de
vida para todos, más allá del “persigue tus sueños” y “mantente fuerte”. Es una
lección para aprender a valorarnos a nosotros mismo, y a nuestro potencial. Y
aunque no se quedo con el chico, porque el cáncer se encargo de llevárselo,
aprendió que si se puede soñar se puede realizar, y ella lo consiguió,
consiguió su camino para poder así, tocar las nubes.
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