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miércoles, 20 de noviembre de 2013

Texto doce. Tu forma de tocar las nubes.

Alzo la mano para sumergirme en ese espesor blanco que hay sobre el fondo azul. Formas, recuerdos y más cosas son las que puede contener un simple color blanco. Mi imaginación vuela y dibujo en el cielo. Mi pincel, mi mente; mi lienzo, el cielo y mi pintura, el color blanco. 

Me imagino cómo sería andar y saltar por las nubes. A veces desearía ser Peter Pan, para jugar entre las nubes y divisar el horizonte. Flotar sobre bosques, mares, ciudades, desiertos… Observar el alrededor y captar el amanecer de una manera especial. Mientras tanto, me conformó con estar donde estoy, y poder ver cada mañana y noche estas extrañas nubes que pueden ser significados diferentes.

A veces son más y a veces son menos, hacen el bien o hacen el mal. Pero siempre serán recuerdos, animales, personas… que permanecen en el cielo. Nunca unas simples formas.

Cada uno tenemos nuestra forma de interpretar las cosas y solo tú, decides cual es tú forma de tocar las nubes.


Texto once. Tu forma de tocar las nubes.

Me cierro en banda: ‹‹No, no, nunca más››, me digo. ‹‹Te dejará de importar. El aprecio que sientes tarde o temprano se irá››, insisto. Y entonces, ¿qué sucede?
Aparece, maldita sea. Frente al crepúsculo su sombra me estremece.
De nuevo su escéptica sonrisa saluda a la mía, que al instante reluce orgullosa. Le quita el polvo a los labios tristes y los hace parecer nuevos, lozanos y preciosos. Después se aproxima. ‹‹¡Te aproximas!››
‹‹Shhh››, advierto a mi cerebro: ‹‹No inventes. ¡No delires!›› Pero es tarde, se puso en marcha hace ya una vida.
Tus ojos me hacen daño, no me cuesta admitirlo. ¿Qué ocultas? Nunca te atreves a decirlo.
El tacto me lleva al destierro. Fuera de mí. Es tu terreno, el de arriba, el del cielo…
Quiero odiarte, pero lo cierto es que no puedo.
Quiero tenerte, y tampoco lo veo.
Te quiero a distancia, y entonces corres a mi lado. ‹‹¡Ven aquí!››, pero ni de lejos nos encontramos. ¿Buscamos lo mismo o sólo somos dos simples retazos, de unas almas perdidas, desoladas y confundidas?
Pretendo olvidarte, porque haces daño sin saberlo (al menos feliz eres siendo necio…). No te culpo a ti... Culpo a tus malditos ojos claros de espíritu libertino, a tu boca provocadora de delirios con la que enamoras sin pensar, a tus malditas manos que actúan sin miramientos, y a tu forma de actuar:
Si me descuido, en un instante ya no piso el suelo; estoy arriba, en el cielo. Tú eres el culpable de mi destierro, taimado aventurero. También de mis locuras, y por supuesto, de mis miedos. Tú y tu nociva forma de moldear el tiempo, de alargar el brazo, extender los dedos y acariciar mi pelo. Lo mismo haces para convertir en propio mi firmamento, lo haces tuyo con un solo gesto. ¿Por qué me dejas sola, sin nada en mi aislamiento?
Te odio a ti por completo, mezquino marrullero de palabras dulces y difícil juego. Tú amas cuando el celaje nos observa a solas, bajo el fulgor del cielo. Por eso te odio a ti, adulón inmodesto… Injusto elector, vil traicionero.
Me alzas despacio sin dejar que me percate. En silencio te apropias de mi alma y ¿cómo no?, robas mis desvelos. Tuyas son mis tardes de lluvia, mis días brunos, mis sueños perfectos. También el trozo infinito de cielo que acuna nuestros tropiezos.
Por mucho que me proteja, se hunden mis barreras, como se hunde mi corazón endeble al verte rozar las nubes o  jugar con las estrellas…
¿Cómo llegas tan alto? ¿A qué juegas?
Me fastidia tu poder discreto de hacerme dar vueltas, de volver real lo imposible, de fundir la plata con las estrellas. De llevarme alto al cielo, a contemplar tu odiosa forma de tocar las nubes…Y urdir un nuevo plan eterno en secreto, para dejarme atrapada, en tu fortaleza de atracción y nubes.


Texto diez. Tu forma de tocar las nubes.

La vio sentada en mitad del campo de doradas espigas.
Una mancha negra en medio de un mar de oro.

Supo que lloraba, aunque estaba lejos y de espaldas. Por sus hombros hundidos y algo temblorosos supo que lloraba. Y era normal, acababa de perder a alguien a quien quería.
Él sabía muy bien lo que se sentía, le había tocado despedirse también de personas amadas.

La observó durante un largo minuto mientras el Sol, alto y orgulloso entre nubes algodonosas, comenzaba a descender en dirección al lejano horizonte delimitado por las montañas.

Si esperaba mucho más, sería tarde para decirle lo que quería decirle, de modo que se adelantó y caminó hacia ella, haciendo más ruido del necesario para que supiera que estaba ahí.
La vio enjugarse las lágrimas justo antes de sentarse a su lado, entre las altas espigas.

"Sé que ahora mismo estás perdida, que no sabes cómo sentirte. Enfadada, triste, sola... Es normal" le dijo "También sé que nada de lo que pueda decirte ahora mismo va a calmar el dolor que sientes, y que ahora no podrías creerme aunque te prometiera que se te pasará... Pero sí, es así. Algún día el dolor ya no será más que un eco en tu pecho, una lágrima furtiva cuando te asalten los recuerdos o un suspiro más largo de lo normal cuando pienses en ella."

"Parece imposible" susurró, con la voz rota y la mirada fija en las manos sobre su regazo.
"Lo sé..." Él cogió una de esas manos y la acarició con dulzura.

"¿Por qué ha tenido que morir?" Y esa era una pregunta que ni el más sabio de los sabios podría responder jamás, la pregunta que la humanidad se formulaba desde el inicio de los tiempos.

"¿Qué valor tendría la vida si no tuviese un fin?" le respondió con una pregunta que, en algún tiempo, a él le había consolado vagamente.
"No era su fin, no todavía. Era joven, era fuerte... No es justo"

Permaneció en silencio porque no había nada que él pudiese decir. Ella estaba llena de rabia, llena de indignación... Y era normal. Es normal estar furiosa al perder a una madre.
"¿Crees que existe aún, que está en alguna parte?" Le preguntó ella, poco después.

"Lo que yo crea no importa ahora, lo que importa es lo que creas tú" repuso, y estaba tan seguro de eso como de su amor por la triste chica que lloraba sentada a su lado entre las espigas. "¿Dónde te gustaría que estuviera tu madre ahora?"

Por fin ella levantó la mirada y la fijó en lo alto, en un cielo que poco a poco se iba tiñendo de tonos anaranjados, rosados y violáceos.

"En las nubes" contestó, después alzó una mano y la estiró hasta que no pudo más. "Me gustaría poder tocarlas. Pero no es posible, nunca podré alcanzarlas."
"No estés tan segura" replicó él. "Todo es posible si te lo propones"

La tomó firmemente de la mano y la guió hasta el arroyo que discurría en paralelo al camino, bordeando los extensos campos de trigo. Se agacharon sobre la lisa superficie del agua, y ahí estaban las nubes, al alcance de su mano.

"Aquí tienes, tu forma de tocar las nubes" dijo él, y la chica sonrió por fin mientras acariciaba el agua con los ojos cerrados.

"Gracias" murmuró, y sus ojos verdes y brillantes por las lágrimas se posaron en los de él.
"Te quiero" declaró "Siempre te he querido"

"Yo también te quiero"

Texto nueve. Tu forma de tocar las nubes.

Quisiera haber podido rozar las nubes al dejar mi pelo suelto flotar en el cálido abrazo del viento estío. Pero el cielo está más lejos que la palma de mi mano, sueño que si salgo a la calle desnudo las nubes cubrirían mi cuerpo tatuado, la conciencia me tiene ausente la cabeza de deseos, como un ennegrecido minero cabo hacia abajo, esperando tocar la luna boca abajo en el tiempo.
Hay cosas más principales. Me amargo clavando el roce de las nubes y me nublo yo solo la vista cuando me dicen que me baje de mi pedestal.
Es que no ven cuando observo cambiar al cielo como gotas de blanca pintura en corrientes que construyo soplando en la bañera, que veo más allá de cualquier sueño de volver a verlas. Que me subo con su recuerdo cada vez más alto para observar a la luna en mi costado, así siento que puedo alcanzarla y sueño como un crío que duerme bajo mis sábanas polares.
Abarca mis cinco sentidos el sentido del norte que interpone el horizonte entre las nubes que deseo tocar y la punta de mis dedos, un camino sin final, una angustia puesta en replay recorre mi alma, y me dicen algunas golondrinas que deje mi vista en standby y olvide el color de las nubes. Que tal vez solo son algodón que los bebés lanzan por la ventana.
Pero yo les insisto: Contadme que es lo que de ahí arriba asoma. Lluvias me dicen que no hay nada más que lo que cae del olvido.
Di que no, di que no.

Que lo que flota sobre nuestras cabezas en forma de nube son sueños de nuestras memorias, que flotan en bocadillos como en los comics, que puede que la vida sea algo como esos, historietas enmarcadas por imaginaciones increíbles y sueños blancos brillantes.

Texto ocho. Tu forma de tocar las nubes.

Una vez le preguntaron cuál era su sueño en la vida. En el momento no supo responder, tenía muchas ilusiones, muchas cosas que hacer y no era capaz de decidirse por una.
Siempre había sido una chica fuerte, deportista, sana y un poco mandona. No le gustaba que le dijeran que era lo que tenía que hacer, le gustaba marcar su camino. Creía en el amor más que nada en este mundo pero no quería que le hicieran daño, confuso ¿no? Su vida era la típica de una adolescente de diecisiete años, vivía estresada por las clases, quedaba los viernes por la tarde…
Su vida cambió cuando uno de los viernes que volvía a casa escuchando a su gran amor musical se paró para atarse los cordones, se agachó, y lo último que recordaba de esa tarde fue un agudo pitido dentro de su oídos, destellos blancos y palabras confusas que no llegaba a entender. No sabía dónde estaba y tampoco por qué sentía ese gran agujero negro que tenía en su estómago. Tras varios meses de pruebas, comidas rancias y olores sin profundidad el resultado era desolador. No podría volver a valerse por sí misma, no podría sentarse con las piernas cruzadas y no podría montar en bici, estaría postrada en una silla de ruedas el resto de su vida.
Tras meses, y meses de música sin sentimientos, pestilleras puestas y el aferro de sus padres para mantenerla con vida y no dejarla sola en el baño de repente algo cambió en su interior. Siempre había sido como el viento, igual de cambiante, pero esta vez hasta sus padres se sorprendieron. Ella nunca quiso admitir la razón, pero venía dada por una melena castaña de ojos miel y sonrisa imperfecta. No lo conocía, pero eso era lo que le gustaba, se sorprendía cada día que hablaba con él, siempre quería más información y siempre había más que sacar. Así pasaron tres meses, hablando en el instituto, por las tardes y también por las noches. Un día él tuvo la idea de quedar, quería que se vieran fuera de las rejas de esa pirámide social en la que estaba prohibido ir contracorriente. Además, ella había mencionado que no solía salir mucho desde que sus amigos la dejaron atrás por ser muy complicado cargar con una silla de ruedas en fiestas. El decidió escoger un sitio especial, le gustaba el cielo, y sabía que a ella también, por ello eligió un sitio desde el que se veían aterrizar y despegar los aviones. Hicieron una especie de picnic y se pasaron toda la tarde hablando, hablaron de todo, hizo que se fueran abriendo poco a poco el uno al otro. La cosa cambió cuando él le preguntó cuál era su sueño. Ella, esta vez sí que sabía que quería contestar, y con un susurro ahogado le revelo que su sueño era poder volar, siempre había querido ser aviadora, estar en el cielo y rozar las nubes, le conto que tenía la promesa con su padre de que algún día se tirarían en paracaídas, eso fue antes del accidente, y antes de que de repente les diera miedo todo.

Pasaron tras la cita dos semanas sin hablarse, el no respondía y ella, ya acostumbrada a la espalda de la gente calló sus lamentos para dentro. Pero a las dos semanas y un día de eso, todo cambió, el la sorprendió como acostumbraba y la llevó a realizar su sueño, a tirarse en paracaídas, había comprobado que era posible y que ella iba a hacerlo. Esto, fue una lección de vida para todos, más allá del “persigue tus sueños” y “mantente fuerte”. Es una lección para aprender a valorarnos a nosotros mismo, y a nuestro potencial. Y aunque no se quedo con el chico, porque el cáncer se encargo de llevárselo, aprendió que si se puede soñar se puede realizar, y ella lo consiguió, consiguió su camino para poder así, tocar las nubes.

Texto siete. Tu forma de tocar las nubes.

Lo sé. Por una vez, siento que esto es de verdad, que hago lo correcto. No tengo un antifaz, no hay engaño ninguno.
Estoy aquí, sentada, y solo puedo pensar en el día que te conocí. Estabas acostado mirando al cielo, y yo lloraba, lloraba porque otra vez me habían roto el corazón. Te levantaste y viniste hacia mí, recuerdo tus palabras como si me las acabaras de susurrar. ¿Te apetece venir a tocar las nubes?
En ese momento me pareció una tontería, sin embargo, ahora no puedo pensar en otra cosa que no sea en ir junto a ti a tocar las nubes. Pienso en las palabras que te dije ese día y sólo me entran ganas de echarme a llorar. Pagué contigo todo lo que me habían hecho. Te grité, y tú no dijiste nada, sólo me escuchaste y cuando acabé te fuiste sin decir nada.
Desde ese día, voy y me siento a mirar las nubes esperando a que vuelvas, ya han pasado dos meses y todavía nada. Pero por fin el día llegó, allí estabas, como la primera vez que te vi, tumbado mirando las nubes. Durante dos meses había estado soñando con volver a verte, había planeado lo que decirte, pero al verte allí no me lo creía, no me atrevía a caminar hacia ti.
Para mi sorpresa fuiste tú el que viniste, me volviste a decir la misma frase ¿te apetece venir a tocar las nubes? En ese momento me levanté, sonreí y dije que sí.
Nos acostamos los dos en el césped y nos pusimos a mirar las nubes. Quería hablar, quería decir algo, pero no sabía cómo podía decirlo, me sentía tan avergonzada, además no sabía si aún me recordabas. No obstante, me armé de valor y hable.
-         -Sabes, he venido durante dos meses todas las tardes esperando volver a verte. Quería pedirte disc…
En ese instante me miraste, tenías los ojos llenos de lágrimas, me pusiste tu dedo sobre mis labios, y dijiste:
-         - Yo también he venido todos los días. Necesitaba volver a verte.
-        - Pero, ¿por qué? Quiero decir, después de todo lo que te dije, ¿por qué querías volver a verme?
-         -Quería verte porque no imagino una vida sin ti.
-         -Pero, tú (se produjo un silencio). Te fuiste, no dijiste nada.
-         -Quería darte tiempo, necesitabas pensar, y creí que si era nuestro destino nos volveríamos a encontrar.
-         -¿Puedo preguntarte una cosa?
-         -Lo que quieras.
-        ¿Por qué tocar las nubes? Quiero decir ¿será verlas? No entiendo.
En ese momento me besó, y dijo: lo siento, pero es la única manera de enseñártelo.

Lo entiendo, y me encanta tu forma de tocar las nubes. 

Texto seis. Tu forma de tocar las nubes.

La habitación estaba a oscuras, podía ver las siluetas de los muebles  gracias a los débiles rayos de luz que se filtraban por las ventanas.
Oscura, inmensa, desolada, aquella habitación impregnada de buenos recuerdos, de historias, de  risas, de momentos…La tenía de nuevo frente a mí, habían pasado cinco años desde que…
Yo, permanecía quieta, sin mover ni uno de mis músculos, sola junto a él, mi respiración  era entrecortada, mi corazón latía desbocado como si quisiera salir de la coraza que lo tenia preso en mi interior.
Mis dedos palpitaban, el sudor caía por mi frente.
Él estaba al fondo de aquella oscura habitación, con su silueta perfecta, erguido como el primer día en que pisó la casa, no había cambiado en nada, quizás algunas de sus piezas estaban más envejecidas, pero estaba allí, estático, yo sentía que me pedía que lo tocase, que lo acariciase, que deslizase mis manos sobre él.
No era su dueña, él no me pertenecía, una promesa que había hecho hacía varios años me lo impedía…
Dí varios pasos hacía delante, arrastraba los pies, algo me atraía hacía él, una fuerza inexplicable provocaba en mi la necesidad de verlo desde más cerca.
No podía evitarlo, mi cabeza me decía que parase, la ignoré, seguí hacia delante, con un objetivo, con un deseo: él, que permanecía allí, quieto, inmutable, burlándose de mí, con esa aura sobrenatural que lo envolvía.
Lo tenía frente a mi, cara a cara, dí dos pasos y  me senté sigilosamente en el taburete que estaba a sus pies.
Con la espalda erguida, la mirada al frente, cerré los ojos, inspiré, dejé salir el aire, mis hombros se relajaron y  deslicé los dedos por las teclas…Sentía que cobraban vida al contacto con mi piel, mis yemas reavivaban su antigua calidez, ansiaban que las tocase, que las mimase con mis dedos y mis manos.

Recordé  como tocábamos juntos cuando yo era pequeña, estaba  en tu regazo y ponía mis manos sobre las tuyas. Cómo me reía al pensar que estaba tocando, tú siempre me decías que mi risa era la mejor de las melodías.
No  hay un día que pase que no te recuerde, a ti y a  tus melancólicas canciones, aquella forma de tocar tan especial que decían que había heredado pero a la que decidí renunciar, sin ti la música no tenia sentido, no me transmitía nada, solo tristeza por haberte perdido…
Mis manos empezaron a tocar, como echaba de menos el sonido de aquel piano.
Esa melodía…Era la canción que me habías compuesto, la creía olvidada, pero mis manos, mis dedos aún la recordaban, volví a sentir esa felicidad de poder crear algo, aunque solo fuese un sonido, para mi era mucho más, con cada nota, con cada compás me venía a la mente un recuerdo de cuando estábamos juntos, para mi tocar aquel piano, aquellas teclas, era como tocar las nubes, me acercaban a donde mi padre permanecía desde hacía años, un lugar al que yo también iría, un cielo más allá de nuestra vista.
Tocar me hacía sentirme más cerca de él, la melodía  me envolvía, las notas me hablaban y decían: no te vayas…quédate.

Última nota, fin de la canción, miré la fotografía que estaba encima del piano y  susurré: Te quiero…
Mientras una lágrima fugaz se deslizaba por mi mejilla y caía en una tecla descolorida…


Texto cinco. Tu forma de tocar las nubes.

Desperté con los rayos del sol dándome en la cara, eso pronosticaba un bello día, estaba en ese lapso en cuando aun no recuerdas donde estas, me senté somnolienta en la cama y lo sentí a mi lado, lo mire y una sonrisa de inmediato de dibujo en mi labios, mi corazón salto de alegría, recordándome claramente donde estaba y con quien estaba, recorrí con la vista el cuarto, una computadora en el rincón, un estante lleno de libro al lado de un sillón, una de las paredes estaba lleno de dibujo sin duda hechos por él, lo volví a ver, parecía un ángel dormido a mi lado, desde que Alexander había entrado en mi vida todo había cambiado.
Mi mundo antes de Alexander, era oscuro, hija única de un matrimonio que se basaba en el alcohol, nunca he visto a mis padres sin las huellas que deja una copa de vino en exceso, siempre borrachos por la casa, peleando entre ellos, incluso más de alguna vez se han levantado la mano entre ellos, nunca me cuidaron de pequeña,  así que por iniciativa entre a la escuela, algo en mí siempre me ha dicho que debía intentar ser mejor que ellos, entre después a una buena secundaria y fue ahí donde fui compañera de Alexander, un chico dulce y amable.
A pesar de estar con otros chicos, yo siempre fui muy reservada, no quería que nadie se me acercara, prefería vivir en soledad con temor que otros supieran la historia que había detrás de mí y comenzaran a marginarme, pero un día me toco realizar un trabajo con Alexander, el siempre intentaba hablar conmigo, pero nunca lo dejaba, pero no me podía librar de ese trabajo con él, tenía que ir a buscar unas cosas a casa, le dije que nos juntaríamos después pero el insistió en acompañarme, camino a casa esperaba que mis padres no estuvieran, aunque en el camino Alexander conversaba animado y me logro contagiar su alegría, descubrí un chico maravilloso, alegre y que veía el mundo teñidos de colores, vivía en las nubes como el digo y compare que yo me sentí viviendo en la tierra.
Cuando llegamos a casa mis padres estaban, no hice más que entrar mi padre me pidió alcohol, como no lo traía se enfureció y me levanto la mano cerré los ojos esperando el golpe pero no lo sentí al abrirlo Alexander estaba entre mi padre y yo, no digo nada me tomo de la mano y me saco de la casa, caminamos hasta el parque, nos sentamos en la banca, yo lloraba en silencio fue en ese momento que sentí que me abrazaba, por primera vez sentí que mi corazón se aceleraba y que el piso desaparecía, el al oído me susurro que me protegería siempre, yo lo abrace fuerte no quería que se fuera nunca, con el ya no me sentía en la tierra, con solo el mi mundo comenzó a teñirse de un color de gris, comenzaba a conocer las nubes, después de eso nos volvimos novios, el me confesó que se había enamorado de mi en cuanto me había visto, lo mismo me había pasado a mi pero no quise jamás reconocerlo, seguía teniendo los mismos problemas en casa pero con el mi vida era más feliz ya no vivía en la tierra si no en las nubes a su lado.

Alexander despertó se sentó en la cama su sonrisa a pareció, se veía adorable con los cabello desordenado, me acerco a él y me beso en los labios, con sus besos sentía siempre que tocaba las nubes.

Texto cuatro. Tu forma de tocar las nubes.

Hace un par de años aproximadamente, cuando mis padres decidieron abandonar nuestro  muido y confortable nido por una casa más grande, más luminosa más lejos de mis amigos, más todo, en definitiva, me guardé una bonita manía en el bolsillo cerrado con cremallera, para no perderla nunca.
Cuando la cuento, todo el mundo me mira con cara de póker y me regala una mueca de incredulidad, cuestionando abiertamente y sin ningún tipo de miramiento, si aquella rutina a la que yo llamo manía se le puede llamar realmente manía o, si por el contrario, se trata de un desvarío adolescente fruto del estrés que provoca una nueva mudanza, una nueva vida.
A decir verdad, tampoco es algo que vaya contando a cada desconocido que se me para en las narices y se me presenta, bien sea con dos menos o con un fuerte apretón de manos, pues sólo los más cercanos son los privilegiados que conocen la rutina matutina a la que me he acostumbrado con el paso de las horas, los días y los meses en una nueva celda más gris y sucia que la anterior.
Al principio no me di cuenta de las posibilidades que la nueva casa, o mejor dicho, mi nuevo cuarto, me ofrecía. Por el contrario, me pasaba los días caminando lánguidamente por los oscuros pasillos, que se cernían sobre mi cabeza en los días lluviosos, amenazándome para que no saliera de esas cuatro paredes y me protegiese de la tormenta que azotaba tejados, árboles y almas sin piedad.

No obstante, cuando por fin me acostumbré a los sonidos del crujiente parquet que se dibujaba bajo mis pies, mis sentidos volvieron a recolocarse en los poros de mi piel y, una buena mañana, me desperté en mi cama de sábanas nuevas y cabecero de hierro con una sensación distinta. Los nuevos sentidos de los que os hablo me dejaron soñar despierta, mirar por la ventana que se erguía a mis pies y salir volando de mi pequeña jaula a dar un paseo por el cielo, incluso en aquellos días grises y lluviosos que tanto odiaba, para acariciar con la yema de los dedos los algodones esponjosos que penden de un hilo en el firmamento. Esa es mi pequeña manía, es mi forma de tocar las nubes. 

Texto tres. Tu forma de tocar las nubes.

 ¿De qué estamos formados las personas? Palabras y sueños, unidos, sin poder a ser lo uno sin lo otro. Somos preposiciones, sustantivos, adjetivos. Adverbios de lugar, tiempo, modo… ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? Somos interrogantes, exclamaciones, preguntas sin respuestas. Torbellinos de palabras que nos permiten crear un camino. La manera de escapar de la realidad. Capaces de formar túneles y puentes hacia un planeta sin descubrir, hacia un mundo paralelo al que solo uno tiene la llave. Somos sueños; sueños rotos, por cumplir, alcanzados, solo soñados. Soñadores en un mundo de palabras. Amaneceres y atardeceres. Noches y días. Horas, minutos, segundos. Somos tiempo. Tristeza, alegría…amor, sentimientos y emociones. Lágrimas y risas. Personas con un destino, una meta que alcanzar, en el que somos el escritor que escribe el final. Con papel y pluma donde construirnos a nosotros mismos, donde construir una historia. Capaces de cambiar, de volar hacia eso que queremos. Somos ilusión, esa caja de Pandora, donde todavía queda la esperanza, la fe por uno mismo. Somos una inicial, un número, un galimatías para aquellos que nos desconocen, un mapa, para los que nos quieren conocer. Somos música. Notas que se mueven en nuestro interior, y hacen que nos sintamos libres, un pájaro que vuela fuera de su jaula. Concordando el acorde de nuestra voz con el cuerpo, convirtiéndolos en uno. Somos nuestros propios enemigos. Mintiéndonos, haciéndonos daños sin darnos cuenta. Huyendo de nosotros mismos en un laberinto de espejos, en el que podemos rompernos en mil pedazos al elegir el camino equivocado. Pequeños detalles. Un café por la mañana, una sonrisa, un guiño, una mirada. Personajes fuera de un libro, en un mundo donde la oscuridad te acecha en cada instante y no sabes que hacer. Como si de repente toda razón hubiese desaparecido, y no tenemos un diálogo que recitar, unas pausas que seguir. Sin dejarnos ver la continuación, haciéndonos saltar del precipicio sin saber la distancia del final. Pero, a veces, en ciertos momentos, la luz brilla, y se apodera de ti, y tú eres el cristal que contiene ese destello, y haces que todo a tú alrededor brille. Despiertas de un sueño del que tenías constancia, pero en el que sabes que estás atrapado, te deshaces de las esposas que te sujetaban a esa incertidumbre, y caminas, hasta encontrar el sentido por el que seguir, por el que luchar. Somos un todo, un puzzle, compuesto por piezas diferentes, creando un resultado final, creándonos a nosotros. Siendo nosotros mismos, esa es la clave. Lo que nos permite dibujar en nuestra vida, poco a poco, una escalera por la que avanzamos, por la que alcanzamos esa meta y tocamos las nubes. Las nubes hechas de palabras y sueños. Nuestros sueños. Nuestras palabras. 

Texto dos. Tu forma de tocar las nubes.

Habías puesto mi vida patas arriba a pesar de ser un maniático del orden. Impecable, trastornado mental, bohemio, fatal y perfecto para mí, así eras tú. Nunca me había atrevido a describirte con adjetivos concretos, ya que eras como el vaho que se extendía por los cristales en un día de invierno y más parecido a una bocanada de aire fresco en las noches de verano. Eras la contrariedad más contradictoria y desequilibrada que me había llegado a encontrar nunca y aún así el motivo de que mis labios averiguasen una razón más por la que sonreír. Porque en eso había consistido, en sonreír cuando menos ganas teníamos.
Así eras tú, apareciendo siempre en los momentos más oportunos, en los que la soledad no era capaz de abrazarme y el frío se calaba hasta los huesos más profundos de todo mi ser. Tus ojos fueron la ilusión óptica que confundió a mi alma, la cual creyó que había llegado el momento de vivir. Vivir en una nube, y hacerlo lejos de los prejuicios y las experiencias que habían rasgado mi piel como tatuajes desgastados por el tiempo.
Habías conseguido serlo todo, todo y tal vez más de lo que nunca me hubiese llegado a imaginar que serías. Habías sido un corazón perdido que me había arrastrado a mí también a la perdición de media noche, sin que nadie iniciase la búsqueda de la princesa a la mañana siguiente. Nos habíamos perdido juntos para que los miedos no nos encontrasen, para estar a salvo de cualquier maldad, cuando el mayor riesgo eras tú. Tú eras el loco, el caos de mi vida tranquila y el huracán que había derrumbado los cimientos de una casa que tanto me costó construir a lo largo de los últimos años.
¿Qué hacías aquí de nuevo? ¿Por qué me habías vuelto a seducir con tus buenas noches y ese beso en la comisura? Al parecer no tuviste suficiente con permanecer eternamente en mis recuerdos. Tu fantasma se divertía persiguiéndome allá donde fuese y no tuviste bastante con eso. No había persona más ambiciosa que tú y yo fui tu capricho hasta que te volviste a cansar de mi persona. Había conocido el mayor vicio, la droga de tus labios impredecibles, y me habías cortado el aliento con cada te quiero susurrado al oído después de unas copas de más. Tú me habías enseñado a observar el cielo, gracias a ti había conocido la libertad de las nubes sobre nuestros cuerpos y el más puro sabor del volar sin movernos del suelo. Había adivinado tu forma bohemia de tocar las nubes y creí que yo también llegaría a tu altura.
Pero fue entonces cuando vi la realidad, había caído en la falsa suavidad de esas sábanas recién lavadas y ese olor a jazmín de tu camisa nueva, y me sentí encarcelada en el deseo imposible de tenerte, porque tú eras libre, libre como las nubes. 

Texto uno. Tu forma de tocar las nubes.

-¡Mira! Eso parece un conejo.
-¡Sí!- dijo él riendo, señaló otra masa blanca y esponjosa que paseaba por el cielo- ¿Y esa qué? ¿A qué te recuerda?
La chica pareció pensárselo mientras entrecerraba los ojos para ver la forma exacta de la nube.
-¡Un dragón!
-¿Un dragón? Pues vaya, y yo que creía que era un lagarto.- la chica rió y luego alargó su mano hacia el cielo. Él se atrevió a preguntar- ¿Qué haces?
-¡Quiero tocar las nubes!
El chico arqueó la ceja divertido y después se levantó del verde césped. Miró a la chica que seguía tumbada y la agarró de la cintura obligándola a levantarse. Se agachó y subió a la chica a sus hombros. Era demasiado pequeña así que no pesaba demasiado. La chica alargó más la mano.
- Están muy lejos.
-A ver- dijo el joven mientras bajaba a la chica de sus hombros.- ¿Cómo conseguimos tocar las nubes?
-Podemos comprar nubes de algodón. Así tocaríamos siempre la nube.- el chico rió con ganas.
-¿Sabes? Yo toco las nubes siempre que me abrazas. También las logro tocar cuando pasas tiempo conmigo.
La chica sonrió y corrió a abrazar al chico, apenas le llegaba por la cintura y eso le hizo sonreír, era tan pequeña.
-¿Y no preferirías estar en otro lado, con otra persona?
Él negó con la cabeza, no necesitaba nadie más, solo a ella. La cogió entre sus brazos y la abrazó fuertemente.
-Por favor, no te vayas nunca.- le dijo al oído. La niña le rodeó los brazos al cuello y le habló.
-Sabes que me tengo que ir. Además ya va siendo hora de que te despiertes.
-No, no quiero- dijo esta vez entre lágrimas- No soportaría pasar otro día más sin mi pequeña hermana.
-Lo estás haciendo muy bien. Venga suéltame ya.  Me tengo que marchar, mañana volveré y podemos tocar las nubes juntos ¿vale?

La niña se separó de él y le secó las lágrimas. Comenzó a andar hasta desaparecer del sueño del chico. Él se quedó allí sin saber qué hacer, esperando a que pronto pudiese volver a verla, porque le encantaba la forma en que la pequeña niña le hacía tocar las nubes.