La vio
sentada en mitad del campo de doradas espigas.
Una
mancha negra en medio de un mar de oro.
Supo que
lloraba, aunque estaba lejos y de espaldas. Por sus hombros hundidos y algo
temblorosos supo que lloraba. Y era normal, acababa de perder a alguien a quien
quería.
Él sabía
muy bien lo que se sentía, le había tocado despedirse también de personas
amadas.
La observó
durante un largo minuto mientras el Sol, alto y orgulloso entre nubes
algodonosas, comenzaba a descender en dirección al lejano horizonte delimitado
por las montañas.
Si
esperaba mucho más, sería tarde para decirle lo que quería decirle, de modo que
se adelantó y caminó hacia ella, haciendo más ruido del necesario para que
supiera que estaba ahí.
La vio
enjugarse las lágrimas justo antes de sentarse a su lado, entre las altas
espigas.
"Sé
que ahora mismo estás perdida, que no sabes cómo sentirte. Enfadada, triste,
sola... Es normal" le dijo "También sé que nada de lo que pueda
decirte ahora mismo va a calmar el dolor que sientes, y que ahora no podrías
creerme aunque te prometiera que se te pasará... Pero sí, es así. Algún día el
dolor ya no será más que un eco en tu pecho, una lágrima furtiva cuando te
asalten los recuerdos o un suspiro más largo de lo normal cuando pienses en
ella."
"Parece
imposible" susurró, con la voz rota y la mirada fija en las manos sobre su
regazo.
"Lo
sé..." Él cogió una de esas manos y la acarició con dulzura.
"¿Por
qué ha tenido que morir?" Y esa era una pregunta que ni el más sabio de
los sabios podría responder jamás, la pregunta que la humanidad se formulaba
desde el inicio de los tiempos.
"¿Qué
valor tendría la vida si no tuviese un fin?" le respondió con una pregunta
que, en algún tiempo, a él le había consolado vagamente.
"No
era su fin, no todavía. Era joven, era fuerte... No es justo"
Permaneció
en silencio porque no había nada que él pudiese decir. Ella estaba llena de
rabia, llena de indignación... Y era normal. Es normal estar furiosa al perder
a una madre.
"¿Crees
que existe aún, que está en alguna parte?" Le preguntó ella, poco después.
"Lo
que yo crea no importa ahora, lo que importa es lo que creas tú" repuso, y
estaba tan seguro de eso como de su amor por la triste chica que lloraba
sentada a su lado entre las espigas. "¿Dónde te gustaría que estuviera tu
madre ahora?"
Por fin
ella levantó la mirada y la fijó en lo alto, en un cielo que poco a poco se iba
tiñendo de tonos anaranjados, rosados y violáceos.
"En
las nubes" contestó, después alzó una mano y la estiró hasta que no pudo
más. "Me gustaría poder tocarlas. Pero no es posible, nunca podré
alcanzarlas."
"No
estés tan segura" replicó él. "Todo es posible si te lo
propones"
La tomó
firmemente de la mano y la guió hasta el arroyo que discurría en paralelo al
camino, bordeando los extensos campos de trigo. Se agacharon sobre la lisa
superficie del agua, y ahí estaban las nubes, al alcance de su mano.
"Aquí
tienes, tu forma de tocar las nubes" dijo él, y la chica sonrió por fin
mientras acariciaba el agua con los ojos cerrados.
"Gracias"
murmuró, y sus ojos verdes y brillantes por las lágrimas se posaron en los de
él.
"Te
quiero" declaró "Siempre te he querido"
"Yo
también te quiero"
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